Paseaba distraida por la playa mientras respiraba el embriagador aroma del atardecer.
Cogió un poco de arena y la soltó poco a poco, dejando que el viento se la llevara haciendo formas imposibles con ella.
Se distraía mirando el baile de de la arena cuando una voz la sacó de sus pensamientos.
Era el hombre con el que había pasado toda su vida.
El tiempo había dejado su implacable huella en las pequeñas canas que adornaban su cabello y en las arruguitas alrededor de los ojos cuando sonreía. Adoraba cada una de sus canas y las pequeñas marcas de (su) felicidad.
Levaban casados veinte años y todavía le miraba como una colegiala enamorada.
Veinte años juntos y estaban enamorados desde la primera vez que se vieron en esa playa, la misma que habían elegido para alejarse del mundo y dedicarse por completo el uno al otro.

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