Una llamada y ahí estaba él. Pendiente de sus encantos.
Nunca le gustó que la hiciesen esperar y él lo sabía. Sabía que si quería jugar, tendría que ser a su manera.
Cuando subió al coche apenas le dio conversación, ella prefirió escuchar la canción que ponían una y otra vez en la radio.
El viaje se le hizo más corto y ya en el asiento de atrás, la compañía se le antojó agradable.
Sus delgadas piernas formaban un bonito dibujo cuando estaba sobre él. Ladeó la cabeza, dejando que los rizos le cayeran por la parte derecha de su rostro. Acarició su cuello con los labios, recorrió la forma de su mandíbula. Ese día se había afeitado, quiso pensar que para ella. 
Mientras, él ya había recorrido sus piernas una infinidad de veces y ahora había subido el corto vestido de su acompañante para encontrar la suave piel de su espalda. 
Sus bocas se encontraban una y otra vez en besos fugaces, calientes, húmedos, que se mezclaban con respiraciones agitadas. Disfrutó del trayecto de su mano hasta que desabrochó por completo su chaqueta y volvieron a subir para sujetarse a su cuello.
Las botas de ella cayeron al suelo y la tumbó para quitarle las medias muy despacio. Acarició una vez más su trasero, el interior de los muslos mientras ella se deshacía entre sus cálidas manos.
Deslizó el vestido para quitárselo, dejando al descubierto su pálida piel en contraste con el negro intenso de su ropa interior. Besó el hueco de su garganta y ella se estremeció. Acarició su pelo y cuando dijo lo preciosa que era, reaccionó. Se levantó lo justo para indicarle que volviera a la posición inicial y fue ella la que introdujo su mano bajo la camiseta del chico, la que se deleitó en el fino bello de su vientre. 
Desabrochó sus pantalones y una vez más estaba en un coche con apenas un desconocido. Su mano subía y bajaba y en los ojos de él podía ver ese brillo que tanto adoraba.
Sobre él se sentía poderosa, más aún. En eso lo resumía todo. Poder.
Los movimientos se sincronizaban perfectamente. Sus respiraciones agitadas fueron reemplazadas por gemidos, débiles al principio, con más intensidad cuanto más se adentraba en ella.
Cuando todo acabó no hubo besos, ni el tipo de caricias que ella anhelaba.
Volvió a penerse el vestido primero y las medias después. Deprisa pero sintiendo cada roce de su mano al subir, consciente de que él la miraba de reojo.
El camino de vuelta se le hizo eterno y hasta los viejos clásicos la aburrían.
Se apartó a tiempo para que su beso aterrizara en su mejilla. Los besos de verdad los guardaba para el hombre adecuado.

4 comentarios:

  1. He intentado buscar las palabras adecuadas, pero no las he encontrado. :)

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  2. Los besos de verdad los reservaba para el hombre adecuado.
    Genial.

    P

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  3. Hace bien en guardarse esos besos.
    Desabrochar chaquetas, o deshacerse de las medias es demasiado sencillo hoy en día.
    Eso sí, el poder que otorga esas sensaciones tampoco es para despreciarlo.

    Un gusto volver y encontrarme esto:)
    Muáaa

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