Me fui a vivir a una casa de okupas. No me apetecía morirme de frío a la vista de cualquiera que pasara por delante de mi banco.
Me dijeron que podía quedarme el tiempo que quisiera, lo que en idioma de hippycomunista significa quedarse hasta que lleguen los maderos a calentarnos un rato.
Me acomodé entre un guitarrista frustrado que tocaba en el metro canciones de Dylan y un sin techo que bien podría haber sido la reencarnación de Napoleón.
Y para escapar de acordes desafinados y el olor a muerto de Napoleón, fijé mi vista en una chica que tomé por asiática.
No sabía su nombre, ni su edad, ni por qué estaba allí. Me daba igual, yo solo quería quitarle esa mirada triste a mordiscos.
Y era insoportable verla día tras día, comiendo como un ratoncito, partiendo pequeños pedazos de galletas y llevándoselos a la boca. Esa boca pequeña y dulce que tanto me moría por probar.
Quería hacerle cosas innombrables y ella lo sabía.
No sé quien me gusta más. Él o ella jeje. Un beso.
ResponderEliminarSuena interesante y provocativo. ;)
ResponderEliminarmuy buena la entrada , besos :3
ResponderEliminar"yo solo quería quitarle esa mirada triste a mordiscos"
ResponderEliminarcreo que esta historia solo podría acabar bien, y en una cama.
Genial, genial.
ResponderEliminarVoy a estar pensando en lo que podría pasar toda la mañana.
Besos :)