Dani. Si tuviera que destacar a uno de mis amantes, diría que Dani fue con el que más aprendí.
No aprendí gran cosa de las artes amatorias, ni aprendí a reconocer todo lo que pasaba por su mente; no, él me enseñó algo importante, algo sobre mí.
Dani era un chico modelo. Era alto, deportista y bastante guapo. Con unos preciosos ojos azules.
No se puede decir que llegáramos a tener una relación, no como concepto de relación que todo el mundo entiende.
Pasamos una temporada juntos. Lo conocí por casualidades de la vida tras romper con una amiga muy cercana a mí.
Un día, él se fue. No rompimos, pues no había nada que romper, pero se fue de la ciudad y dejamos de vernos.
Pasado un tiempo, también por casualidades de la vida, volvimos a encontrarnos.
Ambos habíamos aprendido algo, visto cosas nuevas y experimentado otras tantas.
Acordamos vernos cada vez que volviera a la ciudad, no solo como un entretenimiento, sino porque los dos disfrutábamos de la compañía del otro. Pero este no es el tema.
El tema es que durante el tiempo que estaba en la ciudad, solo era él, solo era yo. Puede resultar curioso que durante el tiempo que estábamos separados visitaron nuestras camas varias personas.
La fidelidad es un tema peliagudo y a la vez sencillo. 
No es un contrato, es un deseo.
Con él aprendí que era fiel, a mi manera. 
Que tener una pareja no implica ser fiel. Que la fidelidad nace del sentimiento, del deseo de estar exclusivamente con una persona.
Éramos fieles a nosotros mismos; éramos, casi, una pareja cuando compartíamos cama.

2 comentarios:

  1. Me encanta la forma en la que esta escrito.
    Y no podría coincidir más en esa definición.
    Es genial.
    Muaa

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  2. Una entrada diferente. Me ha gustado. Una buena definición. Beijinhos.

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